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viernes, 3 de marzo de 2017

De Veganos y vegetarianos y marranos

De que de la alimentación actual deberíamos renegar no creo que quepa la menor duda. El 80% de los antibióticos en EE.UU. se usa para el ganado. Esto es, luego vienen un atajo de mentes privilegiadas políticas a decirnos que no nos automediquemos con antibióticos (a ver quién es el guapo que saca sin receta médica una sola pastilla desas), sosí, la carne y el pescado que nos venden que tengan todos los que quieran y más. Y si hace falta, también hormonas, hala, ahí, a lo "qué grandes somos, compay". Ni que decir tiene que la leche de vaca está repletita desas sustancias tan chachis. De los huevos dicen primero que sí, luego que no... Porque otra cosa no, pero mentiras al respecto haberlas, haylas.

Para colmo, la forma en que se genera comida animal, uséase, cría y sacrificio de pollos, cerdos, vacas, salmones, doradas, etc., es de todo menos natural. Pero que las aberraciones se hayan convertido en rutina no quiere decir que sea ni medio normal. Hasta tal punto se normalizado las técnicas de superproducción de alimentos que el hacinamiento de animales, la forma de sacrificio o, incluso, la alimentación (¿alguien ha visto el reportaje de cómo se alimentan a patos y ocas para luego hacer foie? No tiene desperdicio) de forma salvaje, aberrante y cruel no produce ningún efecto de empatía, en general, en el ser humano (porque se sigue permitiendo). La mayoría de las personas del primer mundo está anestesiada contra estas prácticas antinaturales.
Luego están los que sí son sensibles, pero que tampoco son objetivos. Los que pretenden suplir tanta subnormalidad productiva tirando de verde: los que solo comen vegetales, hortalizas y verduras (que no son lo mismo, oigausté), frutas, semillas y primos hermanos; y, ofcors, su versión ultra: los que aparte de animales aborrecen la leche, sus derivados, los huevos y fiestas de guardar. Somismo, lo que viene siendo vegetarianos y veganos.
Todos ellos reniegan del sufrimiento animal y de los métodos perjudiciales para el entorno de la producción de este tipo de alimentos de origen bichil. Y, también ofcors, se olvidan de que, por ejemplo, para producir soja se tala la selva amazónica a la velocidad de la luz o de que los huertos industriales automatizados, cuando por ejemplo fumigan, prohíben el paso al ser humano porque la intoxicación por esos pesticidas es mortal (pero de necesidad, no de la de luego si eso dentro de 30 años te sale un cáncer). Pero como las plantas no hablan ni expresan su dolor de forma perceptible para el ser humano, que se jodan. ¡Pordió, qué poco trascendió Avatar en la mente del consumidor!
Para colmo, como somos unos insensibles, extendemos dichas aberraciones a empresas productoras de pieles (cómo matan a las focas a palos, por ejemplo, para desollarlas y dejarlas tiradas...). Entonces, cuando algunos ven semejante perversión del consumismo, hincan rodilla en el suelo y ponen a Dios por testigo. Razón no les falta, lamentablemente, pero eso no es errar el ser humano, más bien, es para herrarlo.

Qué más da si los árboles también sangran, como se llama resina... Lo malo, queridos veganos y vegetarianos, es que aunque no sintáis simpatía por estos seres vivos sin ojos ni boca, comerlos también supone un riesgo para la salud. Es lo que tiene la alimentación alfalfil y bichil actual, que es harto insana, toda. Y producida de forma aberrante. Toda.

Pero no nos confundamos. El problema está en haber perdido la perspectiva. En no ceñirse a la producción sostenible de alimentos, en dejarnos llevar por el más bajo instinto consumista que provoca un exceso de demanda, insostenible (y llegará el día en que nos arrepintamos), en haber perdido de vista que el respeto debe empezar por los seres más pequeños e insignificantes, aunque nos los comamos. Un apio producido en un huerto realmente ecológico, recolectado en su tiempo, te devolverá ese respeto en forma de alimento saludable (no que ahora es uno de las hortalizas que más metales pesados acumula, con lo buenos que son sos elementos pal body serrano). Y, de igual forma ocurrirá si te comes un bicho criado y sacrificado con respecto.
Y es que el ser humano, le guste o no al personal, es omnívoro de toda la vida de Dios y, aunque sientas predilección por esto o aquello, una dieta equilibrada, real y objetivamente, incluye de to, toíto to. TE GUSTE O NO, Y SI NO QUE SE LO DIGAN A MI MARE, QUE TE LO COMAS TO LO QUE HAY EN ER PLATO... Y chitón...
Quizás haya que empezar a respetarnos a nosotros mismos, por ejemplo, a no echarnos en la piel productos químicos que si nos introdujéramos por la boca, nos produciría una defunción así... aligerando, desas de aquí te pillo aquí te mato. Y así, para los cortitos que piensan que la crema solar es la solución contra el cáncer de piel, encontrarían una alternativa mejor: quizás respetar (volvemos a lo mismo: respeto) las horas solares, sería de más ayuda. 

Y, por fin, haciendo extensivo el respeto respetuoso, lo mismo llegamos a darnos cuenta de que a lo mejor si no hubiéramos permitido que gobiernos y farmacéuticas nos hubieran estado envenenando durante tantos años, los avances de la medicina realmente sí habrían conseguido que el ser humano llegara con cierta salud por encima de los 100 años. Porque lo normal es la salud, aunque hayamos hecho de la enfermedad lo habitual.
Pero, claro, es mejor realizar investigaciones científicas inservibles para lucimiento de mediocres en los que se afirme que el cáncer es el resultado del envejecimiento natural de las células (tócate el Henry...) o aquellos otros que afirman que las centrales eléctricas no repercuten en la salud del ser humano (y también los Jones...). Con sus aplaudidores profesionales incluidos, mirusté.
La naturaleza es sabia, cada ser humano es una célula del mundo que, cuando se vuelve cancerígena, es el propio organismo el que regulariza la situación mediante apoptosis.
Habrá que dejar de inventar curas, y centrarnos en no reinventar enfermedades.